Wuhan, China

[Sin fecha]

Hacia fines de 2019, pocas personas en Europa y América sabrían que en China existe una provincia llamada Wuhan. ¿Por qué habrían de conocerla? Para los occidentales como nosotros, el continente asiático es un proveedor más de tantas fantasías como el cine y los libros; una tierra que nos empecinamos en concebir abstracta, milenaria, mística. Pero Wuhan difícilmente pasaría el filtro occidental que separa las ciudades místicas (es decir, turísticas, deseables) de la enormidad de la China continental.

Wuhan, además de hallarse en (la porción insignificante de) ese lejano e ignoto continente, teñido siempre de un imaginado salvajismo y una incomprensible cultura, carecía de monumentos notables; su lugar en la historia relativa a occidente era escasísimo (al revés, por ejemplo, de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki que siempre serán recordadas en occidente por las bombas nucleares que los Estados Unidos les arrojaron). En Wuhan no había templos escondidos en la selva, ni pagodas pintorescas, ni murallas kilométricas semejando un gran dragón dormido en la hierba, ni playas de ensueño con aguas transparentes y arenas blancas. El hecho de que algunos de los que sí conocían a Wuhan la ubicaran como la “Chicago” de China no contribuía a su popularización. Porque este reduccionismo —planteado en términos occidentales— que la emparentaba con la ciudad estadounidense, al mismo tiempo que le confería una magnitud siempre menor, no hacía más que rescatarla de la ignominia para volverla a hundir: Wuhan sería una ciudad grande, pero sería Chicago, no Nueva York.

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